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viernes, 19 de junio de 2009

209. Vicente Ferrer, un hombre bueno

Fue un gran hombre que creía en Dios y en los Hombres. Su fe movió montañas, y movió miles, millones de corazones hacia la solidaridad con los necesitados, con “los más pobres entre los pobres”, como él decía.

Para estar más cerca él también se hizo pobre. La austeridad de su persona tenía reflejo fiel en su armario, en su casa, en su oficina. Bastaba, para él y para la humanidad, con la riqueza de su alma, y con el valor inmenso de su gran inteligencia.

Su espíritu ha sostenido durante 89 años a un cuerpo frágil castigado por las enfermedades tropicales, el trabajo incansable, el calor y las necesidades de su gente, que como buen padre compartió con ellos.

Su referente era la Providencia, en la que creía ciegamente, pero su guía vital fue la acción buena. “La acción buena contiene todas las filosofías, todas las ideologías, todas las religiones, decía, “Ninguna acción buena se pierde en este mundo, en algún lugar quedará para siempre"

Estuve con él en Oviedo. Fue, como dicen los jóvenes una gozada. Daba gusto verle comer fabes, que le encantaban, pero lo que era de verdad una maravilla, era ver como la gente le quería, se acercaba él, intentaba tocarle. Una monja benedictina le pidió la bendición. El tomó su cara entre las manos y la besó en la frente. Me decía: “Ángel, toda esta gente está deseando hacer el bien, solo buscan cómo hacerlo”.

El Bien era él, eso pensaba yo, unas horas después cuando le veía en el escenario del Campoamor, con el premio Príncipe de Asturias en la mano. El Bien fue él durante más de 50 años de entrega, por los caminos de la India, con sus sandalias de profeta.

La última vez que le vi, fue hace casi dos meses postrado en una cama de un hospital en una pequeña ciudad india, cerca de donde él vivía, amaba y trabajaba. Junto a él, yacían otras personas en otras camas, pero desde donde él estaba se irradiaba una energía especial de la que nadie era ajeno. Apenas tenía un hálito de vida. Tuve el inmenso honor de administrarle la Extremaunción y cuando le hacía la señal de la cruz con una mano que me temblaba, con toda la humildad del mundo, y con toda la emoción del corazón, ví que por unos segundos la consciencia volvía a sus ojos. Lo que me dijo entonces con su mirada es algo que quedará para siempre entre Dios, él y yo. Después volvió a entornar los párpados suavemente adentrándose en ese ignoto territorio del coma.

Ha estado tres meses muriendo. La fuerza de su alma era tan inmensa que todo ese tiempo fue capaz de sostener a un cuerpo rendido, agotado de dar y de darse. Pero la muerte una vez más ha cumplido mal su tarea, porque él no va a morir nunca.

Fue un hombre bueno, uno de los mejores que he conocido, uno de los más santos.

Hablo de un amigo.
Hablo de un orgullo para España, y para el mundo.
Hablo de Vicente Ferrer.

Adiós Vicente, hasta siempre.

Padre Angel García
Presidente Asociación Mensajeros de la Paz

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