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sábado, 18 de octubre de 2008

101. Palabra y Comunidad

He decidido dividir en dos la entrada anterior sobre el Sínodo de la Palabra, y trasladar a una entrada propia el resumen de la intervención de Josep Mª Abella, Superior de los Claretianos, que me parece especialmente lúcida e inspirada por el Espíritu:

"Comento la relación "Palabra de Dios-Comunidad", haciéndome eco de la rica experiencia de tantas comunidades cristianas que están experimentando cómo la Palabra leída, orada y compartida en la comunidad, les lleva a consolidar su fe, a profundizar su relación fraterna y a comprometerse con mayor audacia y generosidad en la misión.
La Palabra fecunda la comunidad. La comunidad ayuda a que la Palabra fecunde la vida de cada uno de sus miembros. Los religiosos hemos caminado con estas comunidades y de ellas hemos recibido estímulos muy importantes en orden a acoger la Palabra en nuestras propias vidas y comunidades.
El Sínodo debe apoyar y promover el camino de estas comunidades en torno a la Palabra.
La comunidad cristiana es "escuela de la Palabra" porque ayuda a acoger la Palabra en la vida. Facilita una comprensión más fiel del mensaje de la Escritura a través de la guía de los animadores y del estudio común. A la luz de la Palabra se aprende a descubrir al otro dentro del proyecto de Dios y a mirar la realidad con los ojos y el corazón del Padre. Trabajada por la Palabra, la comunidad consolida su experiencia de fraternidad y, de este modo, se convierte para el mundo en anuncio de las nuevas relaciones que surgen entre las personas y los pueblos cuando la Palabra ilumina el camino y el Reino ocupa el centro del corazón.
A la comunidad llega con desafiante sinceridad la voz de los pobres, que exige leer la Palabra en el contexto doloroso del mundo actual. En la lectura común los miembros de la comunidad se descubren como "servidores de la Palabra", en el ejercicio de mediación mutua que realizan para que la Palabra se encarne verdaderamente en la vida de cada uno y en la historia del pueblo.
A partir de esta experiencia podemos entender mejor nuestra misión. Nos percibimos como "servidores de la Palabra", con una vocación de servicio al diálogo de Dios con la humanidad. No somos propietarios de nada. Formamos parte de los llamados a este diálogo de vida a través del que somos conducidos a la experiencia del amor del Padre. La Escritura nos ofrece las claves para entrar en este diálogo y la gramática para leer y comprender el mensaje. Somos, pues, "servidores del diálogo de Dios con la humanidad". Esta conciencia marca nuestras vidas y nos coloca, como comunidad y como Iglesia, en una dinámica de servicio que hace nuestro testimonio y nuestras propias palabras más humildes, pero, paradójicamente, más creíbles y poderosas."
Julio (Montpellier)

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